Perú, una experiencia para entender América

Mi viaje arranca en Lima, una ciudad caótica como pocas. El transito es un espectáculo en sí mismo: si te mueves en taxi o Uber, es probable que tardes más que en transporte público. Nosotros cometimos el primer error y nos tomamos un taxi y tardamos una hora en recorrer apenas 8 km). Es como si existiera un campeonato de bocinas: todos compiten a ver quién hace más ruido.

Nuestro hostel, el Parinawa de Miraflores, se encuentra muy bien ubicado y un ambiente que te pone de buen humor apenas entrás En los pasillos ya te cruzabas con viajeros de todo el mundo, muchos europeos, varios israelíes y bastante gente de montaña. La mezcla de acentos y mochilas ya te hacía sentir que el viaje había comenzado.

Nuestra primera parada tras el check-in fue la Plaza Mayor de Lima. Esta plaza denota el poderío de los españoles en América; es realmente gigante y es el principal espacio público de la ciudad. Alrededor, puestos callejeros y restaurantes que te invitan a probar de todo: envolviéndote poco a poco con la cultural peruana.

Lo que más me sorprendió en la plaza fue un cartel que decía “queso helado”, y mi primera reacción fue: debe ser súper raro, sin embargo no me genero interés por probarlo. Spoiler: lo probé al final del viaje, y en realidad no es queso.

Después de tantas horas de viaje ya no quedaba energía para mucho más. Cerramos el día con una cena ligera: “papas a la huancaína”, todavía puedo recordar el sabor al nombrarlo.

Al día siguiente nos tocaba conocer  el puerto de Lima y la Fortaleza del Real Felipe: una megaestructura para su época, levantada para  defender la ciudad de los ataques piratas.
Se podía recorrer de dos maneras: entrada general o tour nocturno con supuestos fantasmas (eso decían). Claramente no estaba para fantasmas, así que me quede con la entrada general.

Lo que más me sorprendió de la historia de esta fortaleza fue la cantidad de referencias a San Martín. En Lima, nadie te habla de Messi o Maradona; el argentino que aparece en cada conversación es San Martín. Y con razón: ¿cómo no reconocer al argentino más importante de la historia?

Una de las historias que más se grabó en mi cabeza fue que mandó a retirar de inmediato los escudos de la Casa del Gobernador, dentro del castillo. Estos escudos hacían referencia a la corona española; sin embargo, la historia cuenta que no los destruyó, ya que “la historia debe ser contada con veracidad, y destruirla no era decir la verdad”.

A esta altura yo pensaba: ¿este es el San Martín del que me hablaron en la escuela? Sí. Lo que pasa es que no valoramos lo que tenemos hasta que salimos a ver lo que hicieron afuera. Como dice la maldita frase: nadie es profeta en su tierra.

Si bien quedaban muchas atracciones para recorrer en Lima, al otro día teníamos un bus a Huaraz, una ciudad menos conocida del Perú, pero fabulosa para los que amamos la montaña.
Aquí teníamos alojamiento gratis en un hotel, dado que un amigo conocía a la hija del dueño y muy amablemente nos ofreció quedarnos en él. El hotel era muy lindo y los anfitriones, personas súper agradables, nos dieron miles de recomendaciones y nos programaron tours para nuestros 3 días en Huaraz. Al llegar a la ciudad tuvimos que caminar unas 5 o 6 cuadras hasta el hotel y se notó enseguida que estábamos a más de 3000 msnm: te cansabas enseguida.
Recuerdo que llegamos temprano por la mañana, desayunamos en el hotel y nos buscaron para nuestra primera excursión a la Laguna Parón. El viaje duró unas 3 horas hasta el Parque Nacional Huascarán; el mismo debe su nombre a la montaña homónima, la quinta más alta de América.

La Laguna Parón se encuentra a unos 4200 msnm, lo cual, para alguien que viene de la planicie y sin aclimatarse, no es recomendable, pero bueno, nos creíamos Superman en esa época. La cuestión es que la altura empezó a pegar; por suerte teníamos pastillas de soroche (así se llama la medicina para el mal de altura) y compramos un té de coca que aliviaba mucho el mal de altura. La clave, en sí, no comer pesado: siempre comida de digestión rápida. Subir al mirador fue todo un desafío; nos sentíamos con la cabeza pesada, el corazón latía fuerte, pero el paisaje valía mucho la pena. Estuvimos un par de horas recorriendo la laguna y emprendimos la vuelta al hotel.

Llegamos muy exhaustos; al otro día teníamos el gran desafío, la Laguna 69 a 4600 msnm y con un trekking de aproximadamente 2 horas.
El cansancio se hacía sentir, pero nada nos desanimaba; arrancamos el día desayunando liviano, y créanme que nos moríamos de ganas de comer todo el desayuno libre que tenía el hotel, pero la aventura era más importante. Preparamos un termo de té de coca, en vez de mate; usamos el termo para llevar té de coca y unos boxes con frutas y algún sándwich.
Fue el trekking más difícil de mi vida, no por la complejidad del terreno ni por la distancia, sino porque sentía literalmente que el corazón me iba a salir por el pecho. El último tramo hasta la laguna hacía 10 metros y frenaba a respirar 2 minutos. Mis compañeros de viaje llegaron un poco antes que yo a la laguna, y yo llegué detrás del último guía jajaja.
Cuando llegué, el primer consejo de mis 2 amigos fue: no comas nada, solo la mandarina si querés, pero no comas nada, aguantate. Ambos estaban experimentando náuseas. Les hice caso; moría de hambre, pero me las aguanté. Recuerdo que me tiré unos minutos a descansar y literalmente sentía que estaba borracho jajaja. Caminé unos pocos metros alrededor de la laguna y la sensación era de estar pisando nubes; claramente las fotos denotan el nivel de malestar que teníamos.
De todas formas, el lugar es increíble y vale mucho la pena, siempre tomando los recaudos necesarios y no creyéndose Superman. La bajada fue mucho más amena; parecía que el cuerpo se iba aclimatando de a poco. Nos hicimos amigos de uno de los guías y nos contó particularidades del parque y su trabajo.
Las vistas del parque, con el Huascarán detrás, son imponentes.
De vuelta al hotel, le contamos a Luis (nuestro anfitrión y dueño del hotel) nuestra aventura del día y nos hizo probar cerveza que él mismo elaboraba. Luis, una persona muy amable, nos contó de su particular debilidad por los alfajores santafesinos (aún al día de hoy le sigo debiendo una caja).

Llegamos muy exhaustos; al otro día teníamos el gran desafío, la Laguna 69 a 4600 msnm y con un trekking de aproximadamente 2 horas.
El cansancio se hacía sentir, pero nada nos desanimaba; arrancamos el día desayunando liviano, y créanme que nos moríamos de ganas de comer todo el desayuno libre que tenía el hotel, pero la aventura era más importante. Preparamos un termo de té de coca, en vez de mate; usamos el termo para llevar té de coca y unos boxes con frutas y algún sándwich.
Fue el trekking más difícil de mi vida, no por la complejidad del terreno ni por la distancia, sino porque sentía literalmente que el corazón me iba a salir por el pecho. El último tramo hasta la laguna hacía 10 metros y frenaba a respirar 2 minutos. Mis compañeros de viaje llegaron un poco antes que yo a la laguna, y yo llegué detrás del último guía jajaja.
Cuando llegué, el primer consejo de mis 2 amigos fue: no comas nada, solo la mandarina si querés, pero no comas nada, aguantate. Ambos estaban experimentando náuseas. Les hice caso; moría de hambre, pero me las aguanté. Recuerdo que me tiré unos minutos a descansar y literalmente sentía que estaba borracho jajaja. Caminé unos pocos metros alrededor de la laguna y la sensación era de estar pisando nubes; claramente las fotos denotan el nivel de malestar que teníamos.
De todas formas, el lugar es increíble y vale mucho la pena, siempre tomando los recaudos necesarios y no creyéndose Superman. La bajada fue mucho más amena; parecía que el cuerpo se iba aclimatando de a poco. Nos hicimos amigos de uno de los guías y nos contó particularidades del parque y su trabajo.
Las vistas del parque, con el Huascarán detrás, son imponentes.
De vuelta al hotel, le contamos a Luis (nuestro anfitrión y dueño del hotel) nuestra aventura del día y nos hizo probar cerveza que él mismo elaboraba. Luis, una persona muy amable, nos contó de su particular debilidad por los alfajores santafesinos (aún al día de hoy le sigo debiendo una caja).

Tocaba volver a la planicie; ya el cuerpo había tenido suficiente altura, así que desembarcamos en Huacachina, un pequeño oasis en un desierto, ubicado muy cerca de la ciudad de Ica. De hecho, llegamos a Ica, a la terminal de ómnibus, y tomamos un tuk-tuk hacia Huacachina.
Huacachina fue una breve parada, pero alcanzó para todo. Llegamos al hostel Wild Rover de Huacachina, supuestamente el mejor para quedarse dentro del oasis. Recuerdo el intenso calor que hacía; tuve que ir a comprarme un short dado que no tenía y estaba muriendo de calor. Ni bien salimos, una persona se me acercó a ofrecerme drugs; sí, sí, a plena luz del día te vendían lo que quieras y puedas imaginar.
Seguimos nuestro camino hacia las afueras del oasis, donde estaban los buggies que te llevaban a medio del desierto a saltar y hacer sandboard. Coincidimos con una inglesa y un colombiano alojados en nuestro mismo hostel. El buggy por el desierto es un subidón de adrenalina; parece todo el tiempo que vas a morir, pero nada sucede; solo sacudones por saltar las dunas del desierto.
Después de un rato, te llevan a una duna para hacer sandboard; el tour incluye 3 dunas, de la más fácil a la más difícil. La primera es corta, y es simplemente para agarrar la técnica, que hasta ese momento parecía sencilla: simplemente te acostabas sobre la tabla y clavabas los pies para no agarrar tanta velocidad. La duna de prueba fue todo un éxito, y yo ya me sentía un erudito de esta práctica. Así que, en la segunda duna, mucho más larga y pronunciada, me tiré con toda la confianza y quise agarrar velocidad, por lo que recogí las piernas, hasta que… el guía me gritó: poné los pies, y en ese instante entendí que había agarrado mucha velocidad; instantáneamente clavé mis pies en la arena, pero la tabla siguió de largo y yo me dediqué a rodar por 20 metros en caída libre por la duna. Por suerte, no me rompí nada; recuerdo llegar al final y matarme de la risa. Tampoco recuerdo la cantidad de arena que tragué jajaja.
Así y todo, no tuve miedo y, en la tercera duna (la más difícil), me volví a tirar; por suerte para mí, ya había aprendido, así que pude disfrutarla mucho.
Esa noche había fiesta en el hostel, así que nos duchamos, me saqué 200 kg de arena de encima y fuimos por unas cusqueñas al bar del hostel. El hostel estaba lleno de europeos y su forma de divertirse es muy diferente a la latina, por lo cual no duramos mucho y nos fuimos a dormir. Bueno, una forma de decir, ya que la música era tan fuerte que era difícil conciliar el sueño. De todas formas, algo dormimos.

 Continuamos nuestro recorrido por la Reserva Nacional Paracas, un lugar increíble donde se pueden observar la fauna y la flora de esta área del Perú. Hay varios tours que se pueden realizar; optamos por la navegación para ver lobos y aves, además de pasar por el Candelabro, un lugar curioso rodeado de historias, desde su conexión con las Líneas de Nazca hasta que fue San Martín quien lo mandó a realizar, dado que es un símbolo de la masonería.

Al día siguiente seguimos viaje hacia la Ciudad Blanca, Arequipa, la segunda ciudad más importante del Perú y construida por los españoles.
Está rodeada de 3 volcanes, incluido el famoso Misti, aún con actividad y peligro de erupción.
Se la denomina la ciudad blanca ya que todas sus construcciones están hechas de sillar, una piedra que se obtiene de las canteras cercanas a la ciudad.
Esta ciudad es como estar en España, todo es 100% semejante. Visitamos el Convento de Santa Catalina, la Plaza de Armas y la visita guiada a su catedral, muy recomendable, ya que incluye la subida a las terrazas desde donde se puede apreciar una vista muy linda de la ciudad.
Desde esta ciudad también salen excursiones al Cañón del Colca y el lago Titicaca, que en esta oportunidad no pude visitar.
En la ciudad también puedes encontrar lugares y museos dedicados a Mario Vargas Llosa y su obra, como también degustar platos típicos como el rocoto relleno.

Continuamos viaje hacia la mítica Cusco; aún quedaba una semana y media de viaje, y Cusco es una ciudad a la que recomiendo dedicarle varios días; está plagada de atracciones y, una a una, va subiendo la vara.
Aquí la mejor opción es comprar el ticket turístico de Cusco, el cual te da acceso a 16 lugares turísticos, y créeme que no te va a alcanzar el tiempo para recorrerlos a todos. Un consejo en este punto es que hagas una breve investigación temporal de todos los sitios a los que vas a entrar con este ticket, de forma de poder ordenar la visita y entender la historia. Destaco, de todo este recorrido, Sacsayhuamán, Chinchero, Qoricancha, Pisac y Ollantaytambo. No voy a spoilear cada sitio, pero todos tienen su historia y mística. En Cusco los días y el clima son agotadores: las mañanas muy frías, una media mañana calurosa y una noche fría nuevamente. Es muy lindo también pasear por sus callecitas, entrar en los negocios locales y charlar con la gente local; siempre hay alguna historia mezclada con algún mito o creencia antigua. Además, la vista al barrio de San Blas y el Mercado Central de San Pedro son imperdibles. El barrio San Blas de noche es muy lindo por las vistas que tiene de la ciudad.

Faltaba el punto cúlmine del viaje: Machu Picchu. Hay diferentes opciones para llegar a Machu Picchu Pueblo y de ahí visitar las ruinas; en este caso, elegí hacerla tomando una combi desde Cusco hasta Hidroeléctrica y de ahí caminamos al lado de las vías del tren unos 10 km (3 horas) hasta Machu Picchu Pueblo. Es clave tener la entrada comprada con anticipación; puedes arriesgarte a comprarlas en el sitio, pero tendrás que hacer una cola y, muy probablemente, dependiendo de tu suerte, te quedes sin ella. En mi caso, tenía dos entradas: una, la entrada común a las ruinas, y la otra para subir a Wayna Picchu.
Al día siguiente, al llegar, tomé un colectivo que sale desde el centro de Aguas Calientes hasta la entrada de las ruinas. Entramos a las 6 a. m., y de lo único que me arrepiento es de no haber tomado una mejor foto en ese momento, con las ruinas totalmente vacías. Como nuestra entrada de las 6 a. m. era para Wayna Picchu, rápidamente nos llevaron hasta la entrada del sendero. En ese punto te registras y firmas el consentimiento de riesgo (es protocolar). Luego pasas directo al sendero y arranca la caminata: la verdad es que al principio es bastante tranquila, pero poco a poco se pone difícil; los escalones son angostos y requiere afirmarse bien, sin miedo. Con una condición física normal es perfectamente realizable. Hay algunos puntos panorámicos en la subida desde donde puedes tomar fotos; por ejemplo, el granero (sí, los incas almacenaban los granos en la altura de la montaña para que se conserven). Al final llegas a la punta y la vista es increíble: se aprecia en toda su magnitud dónde se construyó esta ciudad. Realmente es impresionante: una plataforma en medio de picos de montañas, rodeada de ríos y valles. No en vano, una de las 7 maravillas del mundo y, sin lugar a dudas, de las que llevo conocidas, la que lidera.
Luego de subir la montaña bajamos, y luego te hacen salir de las ruinas y volver a entrar para hacer el recorrido común. Al volver a entrar, las ruinas estaban repletas de turistas, pero, por suerte, el día acompañó y se pudo disfrutar. Hay varios puntos interesantes dentro de Machu Picchu: recuerdo la roca, que es una réplica casi perfecta en piedra de la montaña que está exactamente detrás; el Templo del Sol, el cual marca el solsticio de invierno (21 de junio) —fecha importante para los incas ya que marcaba el año nuevo andino—: ese día un rayo entra por la ventana e ilumina la roca interior. El que más llamó mi atención fueron los piletones, que básicamente son pequeñas piletas de piedra con agua en una especie de habitación a cielo abierto donde colocaban sogas en el techo; el reflejo de las estrellas en las piletas de agua les permitía conocer los movimientos de los cuerpos celestes (me explotó la cabeza).

Me es imposible, después de ver Machu Picchu y la cultura preinca e inca, pensar que eran tan “mejores” los españoles o qué superioridad tecnológica trajeron. Las técnicas de cultivo inca, caminos de kilómetros y kilómetros en topografía realmente complicada, el sistema de mensajería, el estudio de los cielos, y el tratamiento del agua (mantenido al día de hoy) me hace pensar que la conexión con la naturaleza de estos pueblos era realmente superior. ¿Qué hubiese sido si Colón no llegaba? ¿Qué hubiese sido si no se impone la religión colonizadora, el adoctrinamiento cultural? Tal vez nunca lo sepamos. Perú es el recuerdo latente de una América que pudo ser, que quedó con las mixturas culturales, pero que aún conserva la esencia: esa que no se toca, que se pierde entre el avance de la globalización y el turismo, pero que vive latente en los ojos de aquellos que la sienten muy dentro de su ADN.

Sin lugar a dudas, uno de mis viajes favoritos: por los paisajes, por la belleza, la historia y la cultura. Por resignificar para mí quién fue San Martín, sus valores y sus hazañas, y no quedarme con lo que me contaron en la escuela; pero, sobre todo, por su esencia latinoamericana, ese “de dónde venimos” que no debemos olvidar.